Las llagas de Cristo

Antoni GaudíFachada de la Pasión de la Sagrada Família, 1954-2018, Barcelona.

La tesis doctoral del teólogo Gabriel Córdoba Rodríguez ofrece una visión muy global del Templo Expiatorio de la Sagrada Família –leído, este último, desde una óptica estrictamente teológica. Córdoba describe los cinco huecos de entrada a la Sagrada Família por la fachada de la Pasión, generados por las seis columnas-tirantes.

«Señalábamos que estas «columnas-tirantes» no se sitúan en un plano paralelo al de la fachada sino que se inclinan hacia ella cuando avanzan en altura, como queriendo sostener una fachada que se estremece y tiembla, tal cual sucedió en el Gólgota, como narran las Escrituras, ante el drama redentor que se desarrolló allí. El dramatismo estructural es claro y potente y acompaña al drama de contenido vital y teológico, esencial para el ser humano. Igualmente actualiza el simbolismo expresado en la arquitectura medieval en relación al número cinco: las cinco naves de las iglesias góticas, simbolizan las cinco llagas de Cristo; aquí los seis pilares-tirantes forman cinco huecos parabólicos desde donde observamos toda la representación escultórica de la Pasión del Señor, y a su vez son elementos de paso hacia el interior de la iglesia[1]

Para el teólogo, las llagas de Cristo (simbolizadas en esos cinco grandes arcos parabólicos) constituyen la entrada en el Templo, en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo. Dando paso al atriode la fachada de la Pasión, forman una especie de refugio previo al Templo. Este es, en suma, un auténtico hallazgo de Gabriel Córdoba, pero, ¿fue una intuición realmente original de Gaudí? ¿Tuvo algún tipo de precedente en la historia de la teología?

El tema de las llagas de Cristo como puertas de acceso al mismo Cristo (así como lugar de refugio en Él) puede parecer bastante raro e inusual. Sin embargo, algunas pistas las podemos encontrar en autores como Calderón de la Barca –Quiero, amable Jesús, abismarme/ en ese dulce hueco de tu herida,/ y en sus divinas llamas abrasarme (Poema ¿Qué quieres?)– o en San Ignacio de Loyola –Oh buen Jesús! Óyeme/ Dentro de tus llagas, escóndeme (Oración Anima Christi)–.

Lo que no muchos saben es que, en realidad, un número grande de teólogos y autores espirituales han gravitado entorno al tema de las llagas de Cristo como puerta de acceso y refugio en Él. Y todos ellos toman como referencia un versículo de la Escritura, del Cantar de los Cantares: «Paloma mía, en los huecos de las peñas, en los escondites de los riscos, muéstrame tu cara, hazme escuchar tu voz: porque tu voz es dulce, y tu cara muy bella (Cantar de los Cantares 2, 14)»: la roca es Cristo, y los escondites son las llagas.

Efectivamente, San Bernardo tiene dos bellísimos sermones sobre las llagas del Señor[2], y en ellos desarrolla esta misma idea con fuerza: «Buenos son esos huecos si afianzan la fe en la resurrección y la divinidad de Cristo. ¡Señor mío y Dios mío!, dijo Tomás. ¿Dónde se inspira este oráculo sino en los huecos de la peña? Allí el gorrión ha encontrado una casa y la tórtola un nido donde colocar sus polluelos; allí se torna paloma y mira intrépida al gavilán que revuela a su alrededor. Por eso dice: Paloma mía que anidas en los huecos de la peña. Y la paloma exclama: Me alzó sobre la roca. Y también: Me ha levantado sobre la roca»[3].

En la Suma Teológica de Santo Tomás, también se recoge la misma intuición: «Así como [Cristo mostró las llagas] a Tomás, que no estaba dispuesto a creer sin tocar y ver, así también habrá de mostrar sus heridas a los enemigos, para que, convenciéndolos, la Verdad diga: He aquí el hombre a quien crucificasteis. Veis las heridas que le hicisteis. Reconocéis el costado que atravesasteis. Porque por vosotros, y por vuestra causa, fue abierto; pero no quisisteis entrar.»[4] En otra parte, afirma el mismo aquinate: «La paloma hace su nido en las hendiduras de la roca. Esto corresponde al don de fortaleza, por la que los santos ponen su nido, es decir, su refugio y su esperanza, en las llagas de la muerte de Cristo, que es la roca firme[5]

De esta manera, el templo es nido, casa, refugio, escondite construido en roca firme. La puerta de acceso a este refugio son las llagas del Señor. ¿Qué otras dimensiones o características nos presentan esas llagas? ¿Qué otras verdades podemos vislumbrar a través de esas hendiduras, a través de esas aberturas?

San Alfonso María de Ligorio, en una petición a la Virgen, dice lo siguiente: «Ruega a tu amado Hijo que me conceda, por su bondad, morir abrazado a sus pies y entregar mi alma dentro de sus santas llagas, diciendo: Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía[6] El poeta José Miguel Ibáñez Langlois, dice que La herida del costado abierto de Jesucristo/ (…) es la única ventana autorizada por el Espíritu Santo[7] para entrar en Dios. Santa María Magdalena de Pazzi describe esas cinco llagas como cinco estancias donde refugiarse: «Vi a Jesús a la diestra del Padre Eterno, bello y lleno de amor, y sus cinco llagas eran como cinco bellísimos tálamos, es decir habitaciones, llenas de preciosísimos gozos, sobre todo la de su santo costado[8]

Luis de la Palma describe así la llaga del costado de Cristo: «Y de su costado abierto “al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34) con que fue formada y enriquecida la Iglesia. Este es el consuelo de los que están tristes, la fortaleza para los que sufren la tentación, el refugio de los pecadores. La puerta por donde entran los hombres y se santifican en el Corazón de Jesús. «El agujero de la piedra donde tienen refugio los erizos» (Sal 103, 18), adonde vuelan los que tienen «alas como de paloma» y encuentran allí «su descanso y su refugio» (Sal 54, 7). Es la puerta que mandó hacer Dios a Noé «al costado del arca» para que entrasen en ella todos los que se habían de salvar del diluvio (Gén 6, 16). «Es la puerta abierta de la ciudad de refugio» (Deut 19, 3), donde se guarecen los que temen la ira de Dios. «La puerta hermosa» (Hech 3, 2) del verdadero Templo de Dios donde siempre se alcanza la salvación y la misericordia. «Yo soy la Puerta; el que entre por Mí se salvará» (Jn 10, 9). Esta es la puerta cuya llave tienen los amigos de Dios. Esta es la puerta que baja «a la bodega» (Cant 2, 4) para embriagarse con el vino de su Amor. «Esta es la puerta del Señor, los justos entrarán por ella» (Sal 117, 20). Es la fragua donde siempre hay fuego, y muy encendido, y allí se abrasan nuestros corazones, y se van labrando conforme a la imagen de Dios. Es la prueba de amor: no sólo abre los brazos, sino que tiene también abierto su corazón para recibirnos en él[9]

San Buenaventura también habla de la llaga del costado de Jesús, tema que conecta de nuevo con la paloma que busca refugio y que tiene ciertas resonancias en los salmos: «Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra[10]

En época más reciente, más autores se han preocupado por las llagas del Señor como abertura hacia Él mismo. Dicho tema fue recurrente en la predicación de San Josemaría, en textos más o menos conocidos, y otros aún por publicar. Citamos solamente un ejemplo, con más referencias a pie de página: «Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura, se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso, porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna[11]

Cierto es que después de leer de corrido todos estos textos, podríamos pensar que el tema de las llagas es un tema de piedad milenario, sí, pero simplemente emotivo. O, dicho en otras palabras, que se trata de una simple metáfora, más poética que real. Isaías, proféticamente, recuerda que fuimos curados en sus llagas (Isaías 53, 5). De esta manera, la Escritura nos asegura que las llagas del Siervo sufriente de Isaías son, en realidad, lugar de sanación. Y eso es lo que probablemente lleve al Papa Francisco a hablar de las llagas de Cristo como lugar teológico: es decir, lugar donde descubrir verdaderamente a Dios. Pero no un Dios aprendido, sino un Dios tocado. Y la experiencia de tocar no puede ser resuelta en un texto, por muy bonito que este sea, y aunque algo se alcance con la lectura de este. Es necesario preguntar a Cristo mismo cómo se entra en sus llagas, sabiendo que muchos santos lo han conseguido: Dame a conocer el camino que he de seguir; porque a ti he levantado mi alma (Salmo 142, 8).

Acabamos la colección de citas con una del Papa Francisco, en una homilía del 2017: «Dios que no solo es padre, sino que es papá. ¿Yo soy capaz de hablar con el Señor así o tengo miedo? Que responda cada uno. Pero alguno puede decir, puede preguntar: ¿Y cuál es el lugar teológico de la ternura de Dios? ¿Dónde se puede encontrar bien esa ternura de Dios? ¿Cuál es el lugar donde se manifiesta mejor la ternura de Dios? La llaga. Mis llagas, tus llagas, cuando se encuentra mi llaga con su llaga. “En sus llagas fuimos curados”. Recordemos la parábola del Buen Samaritano: allí uno se inclinó sobre el hombre asaltado por los bandidos y lo socorrió limpiando sus heridas y pagando por su curación. Ahí está el lugar teológico de la ternura de Dios: nuestras llagas. Pensemos durante la jornada en la invitación del Señor: “Venga, venga: hazme ver tus llagas. Yo quiero curarlas”.»[12]


[1] Gabriel Córdoba Rodríguez, La fragancia del ser de las cosas. La concepción artístico teológica de Antoni Gaudí en la Basílica de la Sagrada Familia, vol. I, Ediciones Universidad San Dámaso, Madrid 2020, p. 328.

[2] Papa Francisco, Meditación en el Retiro espiritual impartido con ocasión del Jubileo de los Sacerdotes, Roma, 2 de junio de 2016.

[3] SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar de los Cantares. Sermón 61, I. 3, en Obras completas de San Bernardo, vol. V, BAC, Madrid 1984, pp. 766-775.

[4] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 54, 4.

[5] Íbidem, III, q. 39, a 6.

[6] San Alfonso María de Ligorio, Introducción a Las glorias de María.

[7] José Miguel Ibáñez Langlois, Libro de la Pasión, Rialp, Madrid 1996, p. 108

[8] Santa Maria Maddalena de’ Pazzi, I quaranta giorni, a cura di Maurizia Rolfo, Sellerio editore Palermo, Palermo 1996, p. 40 (traducción nuestra del italiano).

[9] Luis de la Palma, La Pasión del Señor, Ediciones Palabra, Madrid 1971, pp. 234-235.

[10] De las obras de san Buenaventura (Opúsculo 3, El árbol de la vida, 29-30. 47: Opera omnia s, 79).

[11] San Josemaría, La Humanidad Santísima de Cristo, en Amigos de Dios (Hacia la Santidad).Ver también San Josemaría, Camino, nn. 288, 555; San Josemaría, Forja, nn. 5, 755, 934; San Josemaría, Via Crucis, nn. 12.2, 12.3; San Josemaría, Amigos de Dios, n. 305; San Josemaría, homilía Hacia la santidad, en Amigos de Dios. Se pueden también encontrar algunas referencias interesantes en la biografía de Andrés Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei.

[12] Papa Francisco, Homilía del Papa Francisco en Santa Marta, Jueves, 14 de diciembre de 2017.

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